ODISEA MÍSTICA / Libro 2:

Mundo Extendido

DATOS TÉCNICOS:

Nº de páginas:  322

Año de edición:  2021

Idioma:  Español

Formatos:  Tapa blanda y Ebook

Asin: B097KVWMYG

Publicación Independiente

DISPONIBLE EN:

LEE UN EXTRACTO

 

A TRAVÉS DE LAS RUINAS

 

Con la adrenalina acelerando su pulso, Rokko apretó el mango de su legendaria espada y luego la alzó en lo alto. No existían garantías de éxito, pero sabía exactamente lo que debía hacer, aunque tuviese que sumergirse en el mismo infierno para lograrlo: Salvar a la princesa Elissa.

 * * *

 Una pesada brisa de aire caliente le abofeteó su cara sangrante, tras lo cual, sintió una especie de palpitación en todo su cuerpo. Cierto era que había resistido al colosal golpe dado por aquella bestia con rostro de cerdo, y luego su cuerpo había impactado brutalmente contra una de las murallas del castillo, por lo que no era exagerado decir que, si aún seguía con vida, era debido a su casi sobrehumana resistencia física, forjada luego de largos años de duro entrenamiento.

Pese a ello, no sintió el jovial estímulo que sobreviene a la conciencia de saberse vivo, pues toda su concentración era absorbida por la visión de aquella misma bestia que en esos precisos momentos cargaba en sus hombros el pequeño y delicado cuerpo de la princesa Elissa, quien se debatía por escapar a costas de inofensivas patadas que lograba propinar a duras penas en la enorme espalda del ser.

¿Por qué se la lleva? ¿Por qué este demonio no ha querido matarla como a los demás? ¿Qué intensiones tiene con ella…? ¿Y hacia dónde se dirige?

De pronto, Rokko presintió lo peor. De forma frenética danzaron por su mente las más espeluznantes ideas de tortura y sumisión. No podía dejar que se le escapase, ¡debía moverse ya!

Sin esperar siquiera un respiro más, se echó a trotar con sigilo tras la corpulenta bestia. El pesado humo del ambiente le proporcionaba tan solo unos veinte metros de visión antes de que el horizonte desapareciera. Su cruce por la Plaza del Destino, si es que aún podía llamársele así, no fue para nada expedito. Soldados y ciudadanos muertos por todos lados, carretas incendiadas, profundas fracturas en la tierra, y fuego consumiendo las pocas estructuras que aún quedaban en pie, le recordaron que el fin del mundo había llegado, que todo cuanto alguna vez existió, dejaría de existir para siempre. Tal era el escenario final en el cual se pondría a prueba su voluntad.

De repente sobrevino una lluvia de fuego que le obligó a guarecerse en un costado de la tarima en dónde hacía menos de una hora casi habían ejecutado a los llamados “impuros”. Recordó cómo él mismo había estado a punto de cometer una locura, pero al final había rectificado su camino e intervenido para evitar la muerte de aquellas personas. Personas que solo habían sido apuntadas como el absurdo sacrificio para expiar los pecados de gente desquiciada, crédula y sin honor.

Si salgo de aquí ahora mismo, esta lluvia me matará. Pero si me quedo esperando a que pase, perderé a la princesa…, consideró, mientras los nudillos de su mano se volvían blancos de tanto apretar la empuñadura de su espada Excidium «La Masticadora de Demonios», como también era conocida, debido al agujero que tenía en su parte plana y a los grandes dientes en el lado opuesto al filo, los cuales estaban diseñados para desgarrar.

Al final encontró la forma de seguir avanzando. Guardó su espada en la vaina que llevaba a su espalda, y con agilidad, se hizo con la parte frontal de la armadura de un soldado caído a un paso de distancia. Aquella coraza de metal, le serviría como una especie de paraguas.

Mientras se erguía desde el rincón en que se hallaba, sus ojos se cruzaron con un miserable ser humano, cuyo inerte cuerpo semivestido con un simple pijama ensangrentado, se encontraba de espaldas sobre la tarima, con las piernas y brazos extendidos y los ojos abiertos hacia el convulsionado cielo rojo. Las expresiones que habían quedado gravadas en la cara de aquel hombre, eran el reflejo de un prolongado tiempo de histeria y temor constantes. Se trataba, desdichadamente, de quien otrora había sido el hombre más importante en todo el reino. Rokko no pudo ver su corona por ningún lado, pero no era de extrañar que alguien, cualquiera, se la hubiese quedado para sí, luego de enterrarle un puñal en el corazón.

* * *

Intentando recuperar el tiempo perdido, Rokko se desplazó raudamente por entre las dificultosas calles de Ciudad Mercado, siguiendo la dirección por la que había visto caminar al demonio por última vez. Como no lograba ubicarlo, comenzó a desesperarse. Decidió entonces, dejar a un lado la coraza de metal que le protegía del fuego, y comenzar a correr libremente para darle alcanzarle.
La lluvia de fuego pronto se convirtió en una arremolinada amalgama de ceniza caliente esparciéndose por el aire. Pequeñitas brazas se fueron incrustando en su piel, haciéndole sentir un dolor semejante al de cientos de agujas clavándole el cuerpo incesantemente. Más, aquello estaba lejos de ser mortal, por lo que Rokko no le prestó mayor importancia. Lo que sí era definitivamente mortal, era caer, o tan siquiera acercarse, a alguna de aquellas espesas masas rojas que se iban desplazando por el suelo en dirección al castillo. Masas que asemejaban el caudal de un río que se moviese a la velocidad de un caracol, pero que a su paso iban derritiendo todo cuanto se interpusiera en su camino.
En su frenética búsqueda, pronto alcanzó las inmediaciones de la gran puerta de entrada a la ciudadela, más allá de la cual se habría el Camino Principal y una serie de bosques a ambos lados de éste. Rokko temió por la posibilidad de que aquel ser se hubiese internado en aquellos parajes, pues, de ser así, encontrarlo sería casi imposible. Pero no puede haber ido tan lejos. Sólo lo perdí de vista unos segundos. Debe estar por aquí.
Retrocedió algunos pasos y giro su vista en circulo. No se veía por ninguna parte. Aquel ser parecía haber desaparecido entre las ruinas de la ciudad.

La tierra aún se movía y se resquebrajaba bajo sus pies, aunque no con la misma intensidad de antes, cuando los profundos tajos abiertos en el suelo se habían tragado a decenas de personas e incluso habían estado a punto de tragarlo a él mismo. Debía, por tanto, mantener la precaución de no estar parado sobre alguna fisura. Fue así que, cuando revisaba el suelo, descubrió, a unos cinco metros de distancia de donde se hallaba, un grueso trazo de sangre que se extendía en dirección al coliseo.
La importante pista no le había llamado la atención al principio, hasta que recordó que, en su primer ataque hacia la bestia, había logrado cortar su antebrazo derecho, del cual había emanado una ingente cantidad de sangre. Simultáneamente, dos observaciones adquirieron claridad en su mente: Primero, si había sido capaz de cortar una parte de su cuerpo, entonces, podría cortar otras. Por difícil que fuese la empresa, era posible matar a aquel demonio. Y lo segundo era que debía seguir aquel rastro de sangre con el máximo sigilo, pues, la mayor ventaja que tenía para darle muerte, era tomarlo por sorpresa.
Desenvainó su espada lentamente y comenzó a seguir el rastro, cuidando de evitar cualquier ruido delator. Momentos antes de llegar al coliseo, confirmó su atino. Por fin había encontrado al demoniaco ser, se hallaba detenido justo en el centro de la arena. Sin embargo, no pudo ver a Elissa por ningún lado.
Se maldijo así mismo al creer que había llegado demasiado tarde, y sus impulsos de venganza estuvieron a punto de traicionarle, cuando notó que la pequeña princesa estaba tirada en el piso, a unos pasos del demonio. No podía saber si estaba viva o muerta, pero de solo pensar en lo segundo, algo más caliente que el fuego carcomía su corazón.
Pese a sus impulsos, logró encontrar la fuerza para controlarse y no ser descubierto. Se detuvo un momento a recoger el arco y las flechas de un soldado despedazado en el suelo, y luego se echó a correr rápidamente por las escaleras que llevaban hacia la torre que se alzaba justo sobre la bestia. Se trataba del lugar en dónde la realeza acostumbraba presenciar los feroces combates entre gladiadores, por lo que la vista era inmejorable. Una vez en posición, podría reventar de un fulminante flechazo lo que suponía un punto débil por naturaleza. Si lograba dejarlo ciego, al menos de un ojo, sumado al corte de su brazo derecho, podría aventurar un ataque más directo y definitivo. Solo debía cuidarse de no fallar.

Separó levemente las cortinas del balcón de la torre, y se puso en posición. Fue muy afortunado que la horripilante cara de la bestia estuviese justo frente a él.
Hasta ahora todo marchaba bien. Inspiró profundo y tensó la cuerda de su arco con serena eficiencia. Ya había alcanzado el cenit de la tensión, cuando algo le detuvo.
¿Qué se supone que está haciendo?, se preguntó, contrariado por el inesperado movimiento del ser, quien se había puesto la mano izquierda en la frente, al tiempo que alzaba ligeramente su cabeza. Era como si estuviese mirando algo o…
¡Será que me ha visto! Se estremeció al pensar en ello. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que su mirada estaba puesta en algo mucho más allá de la torre.
¿Qué estará mirando? ¿Qué puede haber en el cielo, más que nubes, fuego y ceniza? Se moría de ganas de voltearse y mirar, pero en sus circunstancias, aquello no era prudente.
Rokko necesitó unos segundos para reformular la trayectoria de su nuevo tiro. Con el ser concentrado en ese «algo» en el cielo, tenía otra vez el camino libre para asestar. Se limpió el sudor que amenazaba con caer en sus ojos y volvió a apuntar con su arco.
—Te tengo, cerdito.
El agudo grito que cruzó sobre su cabeza en el momento justo en que soltaba la flecha, había sido tan impactante, que no solamente erró su tiro, sino que además dejó al descubierto su ubicación. Más, lo que primero contrajo sus músculos en su automático instinto defensivo, fue la visión de aquella colosal águila de plumas rojas y cuernos circulares como los de una cabra.
Tres segundos después, la formidable ave batió sus alas justo antes de posarse a un costado del ser, quien le esperaba con una sonrisa en los labios.
El panorama volvía a complicarse nuevamente para el temerario guerrero. Ahora eran dos las criaturas a las que debía hacer frente, cual más grotesca y fuerte que la otra. ¿Podría enfrentar a ambas al mismo tiempo? ¿Un simple ser humano contra dos poderosas bestias salidas del infierno? Claramente tenía las de perder. Pero él no se dejó amedrentar por aquel pensamiento, pues, tampoco sería la primera vez que debía resolver una situación de desventaja extrema. Aunque, en honor a la verdad, ninguna situación del pasado se comparaba con esto. Sea como fuese, el enfrentamiento comenzaría pronto y las cartas del destino ya estaban echadas.

 

 

DISPONIBLE EN FORMATOS:

EBOOK

TAPA BLANDA

¡Suscríbete a mi Newsletter!

Te avisaré cuando publique nuevo contenido gratuito, noticias acerca de mis próximos libros, reservas con descuentos y promociones especiales solo para mis lectores.

¡Bienvenido!

¡GRACIAS! Te he enviado un email de bienvenida. Recuerda revisar tu carpeta de “Correos no deseados” o “SPAM”; algunos gestores de correos electrónicos también cuentan con una carpeta llamada “Otros” o “Promociones”.